Lágrimas panegíricas a la tenprana muerte del gran poeta i teólogo insigne…


LÁGRIMAS PANEGÍRICAS A LA TENPRANA MUERTE DEL GRAN POETA I TEÓLOGO INSIGNE DOCTOR IUAN PÉREZ DE MONTALBÁN, CLÉRIGO PRESBÍTERO I NOTARIO DE LA SANTA INQUISICIÓN, NATURAL DE LA INPERIAL VILLA DE MADRID. LLORADAS I VERTIDAS POR LOS MÁS ILUSTRES INGENIOS DE ESPAÑA. RECOGIDAS I PUBLICADAS POR LA ESTUDIOSA DILIGENCIA DEL LICENCIADO DON PEDRO GRANDE DE TENA, SU MÁS AFICIONADO AMIGO. DEDICADAS Y OFRECIDAS A ALONSO PÉREZ DE MONTALBÁN, PADRE DEL DIFUNTO, I LIBRERO DEL REI NUESTRO SEÑOR, MADRID: IMPRENTA DEL REINO, 1639.

A la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán.
Doña María de Zayas Sotomayor. Romance

Cúbrase de luto el mundo
pues ya del mundo faltó
aquel sol que con sus rayos
escureció al mismo sol.
No madrugue ya el Aurora,
estese con su Titón,
que si a ver el sol salía,
ya su sol se escureció.
No canten los paxarillos,
solo diga el ruiseñor
en sus lamentos, que el Fénis
al cielo se remontó.
Y las selvas, a quien dixo
en dulce acento su voz,
mil amorosos requiebros
secas muestren su dolor.
Porque si les faltó Lope,
nunca Lope les faltó,
mientras Montalbán les dava
aliento, vida y verdor.
No sienta Venus la muerte
de su amante caçador,
la de aqueste Adonis sí,
que la llore es más razón.
¡Oh, Parca, si tú supieras
el empleo de tu arpón,
lloraras como otro César
de tu guadaña el rigor!
Préciate, pues ya los hiziste
de aver marchitado en flor
la gala de Mançanares,
la gloria de su nación.
Treinta y seis años postraste
¡Oh, muerte, puguiera (sic) a Dios
que contara a tu despecho
los del caduco Néstor,
su gala, su bizarría,
todo a tus pies se rindió:
porque a ti sola pudiera
reconocer por mayor.
Su divino entendimiento
(¡Oh, qué valerosa acción!)
Para morir sin estorbo
en si mismo le escondió.
¡Oh, muerte! mas bien hiziste:
porque fuera sinrazón
quitarle el puesto que goza
por el puesto que perdió.
Tú, caminante que passas,
si te dexa tu passión,
buelve a este mármol los ojos,
oye qué dice su vos.
Ayer fui, hoy ya no soy nada,
la muerte de mí triunfó,
aprended, hombre, de mí
lo que va de ayer a hoy.
Si vistes mi bizarría,
mirad como polvo soy,
mi cuerpo cubre esta losa,
mi alma goza de Dios.
Respóndele, caminante,
reposa en paz, y si no
puedes hablar con la pena
llora, llora como yo.

(f. 51v)

De doña María de Aguirre y Pacheco. A la muerte del doctor Montalbán, feliz ingenio de Europa. Madrigal.

Tu ingenio peregrino
con ambiciones justas de divino
que floreciendo estrecho
tocava por derecho
al cielo, en que se olvida
deste prolixo instante de la vida
en decoro estendido
se eterniza aplaudido
que dentro de menor circunferencia
el esplendor te ajavas de la ciencia.

(f. 52v)

De doña María de Salazar Mardones y Aguirre. Al sepulcro del célebre poeta Iuan Pérez de Montalbán. Epitafio.

Este con letras de oro monumento
y de insinias vestido funerales
descanso es de cenizas inmortales
construído de ciencia y escarmiento.

Al dulce de las musas instrumento,
Montalbán, sin espíritus vitales
contiene (aunque divino) con señales,
que Olimpos ascendió del firmamento.

La admiración esplica más perpleja,
y tantas inscriciones misteriosas
de ingeniosa copia su luzida.

Su región alterada tan sin queja
entre acciones, y estampas estudiosas,
que está restituido a mejor vida.

(f. 53r)

De doña Inés de Sotomayor, religiosa en el monasterio de Santa Clara de Valladolid. Al ser el doctor Montalbán legítimo sucessor del eroico espíritu del fenis de España Lope. Décima.

Fénis de un fénis naciste,
a quien como eternizaste
todas las luzes copiaste
solo tú le sucediste
Mayor esplendor te asiste
que si fuiste sucessor
de tan sublime esplendor
y a si imitarte no puede
ninguno que te sucede
¿quál de los dos es mayor?

(f53v)

A la fama póstuma del doctor Iuan Pérez de Montalbán. Doña Brígida de Orduña, monja en Santa Paula de Sevilla. Canción.

Dolor detén el passo
que temo tus rigores, pues si es cierto
que Montalbán es muerto
aquel sol de los soles del parnaso
no es vano mi temor si bien se advierte
pues suele del dolor nacer la muerte.

Mas, ¡ay! que no consiente
tu causa que en el alma no te admita,
demás que solicita
Amor la entrada, e infaliblemente
dirá de mí quexoso y agraviado,
que a todos sus decoros he faltado.

Esto supuesto digo,
que no hallo razón en este caso
para impedirte el passo,
y assí quiero que vivas tú conmigo,
pues querer lo contrario es infalible
que es un querer vivir de un imposible.
Llega, pues, y haremos
principio al llanto, y a la muerte, en tanto,
que dura el triste llanto,
quexas de aqueste agravio le daremos,
que quando son tan graves los agravios
se salen a los ojos y a los labios.

¡Oh, muerte rigurosa!
Que ya llegaste a desojar tirana
aquella flor loçana,
que admirava entre todos más pomposa,
y al tiempo que en su mayo florecía
la cortaste del prado a medio día.

¡Oh, vida tan meritoria!
Quien se confía de tu ser mudable,
pues es error notable,
sabiendo ya de tu fingida gloria
lo engañoso, lo frágil e inconstante,
y que a penas es gloria de un instante.

Bien claros desengaños
a los ojos el tiempo nos ofrece,
quando se desparece
en la flor de su vida y de sus años
un sujeto que fue con eminencia
un archido (sic) del arte y de la ciencia.

Que ya murió a la vida
aquel ingenio admiración de todos,
con tan divinos modos
que la pluma más docta, y más luzida
para tratar de su alabança importa
que confiesse de sí, que queda corta.

Aquel que en la poesía
le dio el primer lugar el sacro Apolo
por Fénis y y por solo,
en dulçura, elegancia, y armonía,
y en la abundancia hermosa de concetos,
tan claros, tan lucidos, tan discretos.

Tanto que entre millares
ellos dizen el nombre de su dueño,
bizarro desempeño
de a quien a sus primores singulares
le da el primer lugar de sus primores,
entre las más hermosas de las flores.

No ay nadie que lo ignore
pues dexó para todos de sus ciencias,
tan grandes esperiencias,
que cada qual obligan a que llores,
con justo sentimiento, que es muy justo
que falte, pues que falta el mejor gusto.

Canción, suspende el canto,
que si para dezir mi sentimiento
Amor me ofrece acento,
no lo odmite (sic) la causa de mi llanto,
y assí solo diré, que no hallo modo
para dezir mi sentimiento todo.

(ff. 55r-v)

A las cenizas del doctor Juan Pérez de Montalbán. De doña Ángela de Mendoça, natural de Granada. Epicedio.

Culta pavesa ya, si antes alada,
invidia de las flores y del mayo
que anelando la luzir ardiente rayo
a epítome reduzes este nada.

Cáucaso fuiste ya, adonde atada
la idea padeció mortal desmayo
oy de cenizas pálidas Moncayo
urna te ceñirás bien fabricada.

Quieta reposa, pues, mientas unida
asciendes a lograr el alto empeño
que desató los lazos de tu vida.

Descansa entre las sombras de esse ceño,
que después la quietud interrumpida,
verás que en la virtud la muerte es sueño.

(f. 58v)

De doña Antonia Jacinta de Barreda. En la muerte del Doctor Juan Pérez de Montalbán. Décimas.

Dos soles tuvo el parnaso
de luz rara y refulgente
uno se puso en oriente
y otro se puso en ocaso.
Detén caminante el paso
si a estos estremos adviertes
di ¿a qué luz destas dos fuertes
das más glorias merecidas
a qué muerte destas vidas
a qué vidas destas muertes?

Dilatando un sol la llama
eterna fama ganó,
y el que no la dilató
también ganó eterna fama,
¿a qual más honor le llama
que la luz es rutilante?
Respóndeme, caminante,
advirtiendo (si viviera)
a la luz que aquel sol diera
que dio tanta en un instante.

(f. 59r)

Doña Aurelia Antonia de Medrano, grande aficionada al nunca bastantemente alabado ingenio del doctor Juan Pérez de Montalbán, consagra este elogio.

Si viendo (o güésped) este monumento
en mil veneraciones no le admiras
y entre mares copiosos no suspiras
o te falta atención o sentimiento.

Es alma de esta urna aquel portento
que aun vida supo dar a eladas piras,
a cuya dulze vos las nueve liras
cedieron (elevándose) su acento.

Siete lustros (a penas) si se advierte
permitírnosle quiso avara mano,
quando a lustrosa esfera le divierte.

Que como dio rezelos de tal suerte
de si era en vida Montalbán, humano
el desengaño le buscó en su muerte.

(f. 59v)

De doña Dorotea Felis de Ayala, religiosa en el Real convento de San Antonio de Segovia. Décimas.

Que amor uno pueda hazer
de dos amantes ingenios
(y más siendo unos los genios)
nadie le duda el poder.
Pues si esto es assí puede ser
quando uno al otro assí quiere
sin duda alguna le infiere
que por más que uno se prive
al morir todo no vive
al punto que el otro muere.
Montalbán, pues esto es cierto,
¿Quién es aquel que no vio
lo mucho que en ti murió
quando al gran Lope vio muerto?
Assí con razón advierto
al mundo, que quanto a mí
morir dos vezes os vi;
(¡quien tanto visto no huviera!)
En Lope, tú, la primera,
la segunda, Lope, en ti.
En tanto estremo, notamos
quanto sentir os hizistes,
pues si a dos vezes moristes,
nosotros quatro os lloramos.
A la fortuna culpamos
de sernos tan importuna:
y responde la fortuna,
que era injusto que se viesse,
que dos vezes no muriesse
quien ha de vivir más de una.

(f. 74v)

De doña Antonia Jacinta de Barreda, natural de Villalpando. A Alonso Pérez de Montalbán en la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán su hijo. Soneto.

No cubra el rostro, venerable anciano,
el diluvio de lágrimas que viertes
que serán con tu lástimas dos muertes
que enternezcan el pecho más tirano.

Ya no te obliga sentimiento humano
si a tanto estremo prodigioso adviertes.
porque llorando el mundo de mil suertes,
tu llanto suple el cielo soberano.

Mas, ¡ay! que no es consuelo suficiente
al dolor que te oprime tan prolijo,
aunque la piedad mía más le quadre.

Porque aunque llore el mundo amargamente,
no ay quien a un padre llore como un hijo,
ni quien a un hijo llore como un padre.

(f. 75r)

De doña Bernarda María, monja en el Real convento de Santa Clara de la ciudad de Salamanca. A la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán. Décimas.

Suspende, muerte, suspende
si es possible tu rigor
que escurezes el mayor
rayo de luz que oy atiende.
Mas tu astucia ya se entiende
pues se arma de manera
que le buelve a la primera
edad, porque si él hablara
su respecto se turbara
su elocuencia te rindiera.
Los que lágrimas tenéis
para quando las gurdáis,
pues lo que laurel miráis
deshojado sauce veis;
mas bien sé que me diréis.
Que aunque la pena es notoria
se os borra de la memoria;
porque allá en la mejor vida
le darán la bien venida,
cielo a cielo, y gloria a gloria.

(f. 83r)

De doña Juana de Aldana. A la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán. Epitafio.

Caminante, advierte, admira
como el llanto no lo estorbe
que el que no cupo en el orbe
le abraça esta corta pira.
Nieve incluye, ardor respira,
porque aquí su misma fama
tanto influye tanto inflama
que quando menos se atreve
del coraçón de la nieve
saca su eslabón la llama.

Aquí se oculta un portento
un milagro del saber,
un cuerpo que llegó a ser
alma de conocimiento,
Montalbán, es ardimieno (sic)
desta sepultura fría:
porque aquí en su alegría
se la eclisado el arrebol
donde nunca falta el sol,
siempre parece de día.

(f. 83v)

De doña Petronila de Ávila y Luna, monja en Santa María de las dueñas de Sevilla. Al insigne a todas luzes doctor Juan Pérez de Montalbán. Décima.

Viendo que a tu muerte atento
el orbe inmortal te aclama
pienso que le hurtó la fama
a la parca su instrumento.
Logró Montalbán su intento
que sin vida infeliz fuiste
tu dicha en morir consiste.
Y assí supo prevenir
que muriesses por vivir
pues vives porque moriste.

(f. 86r)

De doña Antonia Jacinta de Barreda. En la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán. Décimas.

Este monte, oh, caminante,
que obscura sobra cubrió
fue donde el sol se miró
más fulgente y rutilante.
Este es aquel monte Atlante
que llegó a lo soberano
y assí se le opone en vano
como a su altura no llega,
el valle, el prado y la Vega,
que uno es cumbre y otro es llano.

Monte y alva fue de Apolo
este levantado monte,
que aunque ocaso, su oriçonte,
pudo renacer d’ él solo,
brille, pues, de polo a polo,
con refulgente arrevol,
este milagro español,
y hasta el cielo le haga salva
al sol del monte, y el alva,
o al monte, y alva del sol.

(f. 87r)

De doña Antonia Jacinta de Barreda. Al sepulcro del doctor Juan Pérez de Montalbán. Soneto.

Aquí vive, aquí muere, aquí renace
aquí desmaya y triunfa, aquí animado
hasta los mismos cielos levantado
este que humilde por la tierra yaze.

Aquí la fiera muerte satisfaze
de nueva vida y gloriosa coronado,
este cadáver vivo sepultado,
que sol fulgente de su sombra nace.

No llore, pues, el alma enternezida
que no es justo llorar tan feliz suerte
en su gloriosa fama divertida,

Cántese la vitoria el joben fuerte,
que aquí la muerte, no venció a la vida,
sino la vida aquí venció a la muerte.

(f. 83v) (sic)

De doña Antonia Jacinta de Barreda. En la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán. Soneto.

Suspende el sentimiento, oh, caminante,
que el bronze más rebelde permitiera
si alma para sentir aquí tuviera
y el coraçón tuviera de diamante.

Si ves por tierra este sublime atlante,
que de Apolo tocó la clara esfera,
que fue tu muerte justa considera,
aunque la vida fue tan brevemente.

Toda la gloria tuvo conseguida
de un mundo solo que, ay, con feliz suerte
lo poco de su vida esclarecida.

No avía otra fama que ganara (advierte)
luego faltara premio a la más vida,
pues la vida sin premio, que más muerte.

(f. 86v)

A la fama inmortal del doctor Juan Pérez de Montalbán. De doña Juana de Aldana. Romance.

Quién eres joben dichoso
que a los golpes de la Parca
si vida feudas (sic) caduca
inmortal memoria aclamas?

¿Quién eres que de la vida
quando la tela rematas
nuevos estambres aquieres
para vivir en tu fama?

¿Quién eres, que a ser llegaste,
ignorándote la barba,
en esfera de prodigio
admiración de las canas?

¿Quién eres, que tanto aplauso
entre los doctos arrastras,
que más tu muerte ventura
puedes llamar, que desgracia?

¿Quién eres, que si una muerte
al sacudir su guañada (sic)
esausto cadáber dexa
vida, que a serlo assomava?

Te rinde en créditos muchos
lo que ella a pagar no alcança,
porque es para tantas glorias
esfera corta su marca?

¿Quién eres, que quando al mundo
a ser maravilla entravas,
en el desmayo primero
tu inmortalidad restauras?

¿Pero para qué pregunto
quién eres, pues nos declara
el sentimiento común
que es Montalbán quien le causa?

Dichoso tú que gozaste
lo que para eterno basta,
en lágrimas mil suspiros,
en deseos muchas ansias.

¿Quién de una vida tan corta
quexas no funda bizarras,
pues pierde quando te pierde,
lo que recobrar no aguarda?

Para pérdidas de Lope
un Montalbán nos quedava,
mas ya consuelo no queda,
pues todo en perderte falta.

La Grecia a su Homero llore,
llore a su Virgilio Mantua,
que igual sus lágrimas son
de lo que deven paga.

(f. 90r-v)

De doña Lorenza de Aguirre y Pacheco. A la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán, gran lustre de las musas Mantuanas. Madrigal.

El exterior lamento
desacredita el culto al sentimiento
o no malogre en llanto
mi pena dolor tanto
Y en la muerte de edad tan fervorosa
que aun no truxi disculpas de forçosa
no se pierda la parte de fatiga
que al aire de un suspiro se mitiga,
y el amor recogido de constante
no lo sepa el semblante
que en femeniles fáciles enojos
el coraçón se entiende con los ojos.

(f. 112v)

En nombre de Manzanares. De D. Melchora de Garibay, monja en el convento de la Encarnación del Orden de San Bernardo en esta corte. A la temprana muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán. Insigne alumno de Apolo. Silva.

Prenda dulce del alma,
de virtud eminente,
cuyo verso canoro grave prosa
se han llevado la palma
de levante a occidente.
Purpúrea flor de Vega siempre hermosa,
a tu fama gloriosa
se atreve mi ignorancia,
y es inútil empleo
si en el cielo te veo,
sin que de Lope a ti se halle distancia
mas que ser Lope el día,
tú el esplendor que amaneciendo embía.
En mi villa divina
grande varón naciste,
su gremio te crió, no te dio honores,
si su corona digna
de tu cabeça viste
mereciendo tus letras los mayores,
sin miedo de dolores
gozas ya del eterno,
no de invidias mortales invadido,
que hollando su fiereza
de laureles ceñido
ostentas vitoriosa la cabeça,
por tener de las musas el govierno,
mientras Lope dormía,
que en ti substituyó su monarquía,
vive, pues inmortal en essa gloria,
pues acá vive eterna tu memoria.

(ff. 115r-v)

De la misma señora doña Melchora. Al mismo intento. Décima.

A este Fénis abrasado
oy admiro renacido
tan esento del olvido
que yaze inmortalizado,
la cortedad de su hado
indicios da de vitoria
no en vida que es transitoria
que a mejor asciende aquel
que en sus acciones fiel
supo merecer la gloria.

(f. 116r)

De doña Madalena Pianeta. A la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán. Soneto.

Canoro cisne, que la fama escriva
tus conceptos en mármoles de Paro
moriste en pobras en conceptos claro
tu eternidad con ellos se deriva.

En duración de siglos sucessiva
ha de resplandecer tu exemplo raro,
porque contra la ley del tiempo avaro,
vive tu nombre, aunque tu ardor no viva.

En tu divino canto te eternizas,
aun venciendo los términos fatales,
alternados por la mano de la suerte.

Pues numerosamente tus cenizas,
aun nos cantan tus triunfos inmortales,
en vencidos despojos de tu muerte.

(f. 127v)

De doña Bernarda Ferreira de la Cerda en la muerte del muy insigne varón el doctor Juan Pérez de Montalbán. Soneto.

Duplique mi dictamen la alabança
de un monte que erigió hondo desvelo
a tomar la razón de todo el cielo
a competir con estrellas semejança.

Si bien no le venció la confiança
ni de sobervia alada infausto buelo,
porque creció para exemplar consuelo
de quanto el doctor por modesto alcança.

Corone pues su frente de laureles
este pensil de la naturaleza
próspero de retóricos claveles.

No alteren de sus frutos la belleza
de la invidia los dientes más crueles,
que no puede ocultarse su grandeza.

(f. 134v)

A la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán. De doña María de Baraona, religiosa en la Concepción Gerónima de Madrid. Décimas.

Faltó aquel sol español
quando más resplandecía
porque hasta en la edad de un día
tiene accidentes el sol,
ni el ser del alva crisol,
ni el ser gala del oriente
le esentó de un accidente:
porque al rayo del morir
menos puede resistir
el que está más eminente,
Cessó el talento más grabe,
más que mucho si el saber
ta que no enseña a nacer,
¿enseñar a morir sabe?
Calló el cisne mas suabe,
mas con tan dichosa suerte,
que porque su acierto advierte,
que aun antes de la partida
cantó su muerte en la vida,
cantan su vida en su muerte
Antes de ser fue advertido,
tanto en poca edad sabia,
que es cierto que lo aprendía
desde antes de aver nacido,
y como antes de aver sido
fue sabio, docto y cortés.
no lisonja, fuerça es,
que sus aciertos constantes,
pues fueron divinos antes,
se eternizaron después.
Quando su ingenio intentara
exceder más el compás,
no pudiera saber más
si a él mismo no se imitara,
su erudición docta y rara
penetrar cielos pudiera,
y assí porque no estuviera
sin esta felicidad,
desde la mejor edad
passó a la mejor esfera.

(ff. 135r-v)

A la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán. De doña Ángela de Sotomayor. Décimas.

Moriste, oh, cisne español,
emulación del Caistro
ya tu muerte vertió el Istro
llanto que no enjugue el sol.
Tu pérdida fue crisol
que examinó el sentimiento,
pues en doloroso acento
llegó tu voz postrimera
del Ganges a la ribera
sobre las alas del viento.
Tu juventud siempre cana
tanto como ingeniosa,
caducó a la tarde rosa,
que el alva nació temprana,
¡oh, pompa del mundo vana,
que rosa quieres luzir!
Que anhelas para vivir,
si al de nacer accidente
es el vivir contingente,
y necessario el morir.
Dichoso tú, que reposas
en más segura región,
sin temer la alteración
de que peligran las rosas,
entre deidades gloriosas
renaciste a mejor ser
Fénis más puro, por ser
invidiado en tanta suerte,
pues quando el nacer da muerte,
tú mueres para nacer.

(f. 143r-v)

De doña María de Aguilera. A la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán. Décimas.

No difunto, ocioso yaze
de Montalbán el sujeto
que quien muere de discreto
de aquello que muere nace.
Su opinión no se deshaze
su ingenio se soliniza
su erudición se eterniza
su alabança permanece
luego su vida florece
enmedio de su ceniza.

Mas quando al golpe fatal
la cerbiz rendido huviera,
su misma fama le diera
vida sobre natural,
porque aplicando el metal
hazía el oído del hado,
se viera tan obligado
de la razón que tenía,
que por el llanto de un día
se le diera eternizado.

(f. 157r)