Título
La pensadora gaditana. Tomo IV.
Autor
Cienfuegos, Beatriz
Datos de la edición
imprenta de Manuel Ximénez Carreño
Madrid
1786
4 h.+336 p.+2 h.
Fuentes
Información técnica



PORTADA DEL EJEMPLAR

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[h. 2r]

La pensadora gaditana.

Por Beatriz Cienfuegos.

Invidus, iracundus, iners, vinosus, amator. Nemo adeo ferus est, qui non mitescere possit. Si modo culturae patientem commodet aurem.Horat. Lib. I. Epist. I.

Tomo IV.

[[Escudo de la Imprenta de D. Manuel Jiménez Carreño] ]

Con licencia del real y supremo Consejo de Castilla.

En Cádiz: en la imprenta de D. Manuel Jiménez Carreño. Calle Ancha. Año de MDCCLXXXVI [1786].
[p. 314]

Pensamiento LII

En fin, lector amigo, esto se acabó con la prisa: ya la Pensadora arroja la pluma, da vacaciones al discurso, y no quiere pensar más: porque vamos claros, todo enfada en este mundo; y puedes creerme que me hallo tan ofuscada de abusos, preocupaciones y críticas, que contra mi natural mismo me he convertido en hiel y vinagre, siendo antes un genio más dulce que una miel. Ya es tiempo de apartar el cuidado de que ande a caza de defectos y buscando disparates; porque si me has tolerado tanto tiempo, puedes cansarte y mandarme a hilar, y yo quedarme a buenas noches o [p. 315] a malos días: no, señor mío, al amigo y al caballo, etc., bueno está lo bueno, y pues he conseguido en tu aceptación un favor de algunos envidiado, permíteme le disfrute con descanso, gozando de su dulce gloria sin las fatigas hebdomadarias; que luego que dé algún aliento a la debilidad de mi discurso, es muy posible que me ofrezca a servirte, no con frente arrugada, ojos innobles y gesto de suegra, circunstancias todas de quien piensa correcciones y vomita críticas, sino con semblante alegre y risueño; pero siempre sin perder de vista el que te sea útil en mi trabajo, sacando de él, junto con el esparcimiento del ánimo, la instrucción de que necesita nuestro voluntario olvido a la práctica de la virtud. Este ha sido siempre mi objeto, y lo será mientras tenga [p. 316] vida para mover la pluma o proposición para ejecutarlo.
Y quisiera hacerte ver cómo la idea de todos los pensamientos que te he presentado, se ha dirigido a recordarte las más precisas obligaciones de vivir según las piadosas y santas máximas de nuestra religión; pero me parece será trabajo en vano, porque no se necesita de mucha luz para divisar que el más extravagante de mis discursos se ordena a este mismo fin: pasa la vista por todos ellos y verás cómo la crítica contra la marcialidad, los tapados, la crianza de los hijos, los dispendios, la elección de estado y todos los demás son avisos que de otra manera, o bajo nombre distinto, según la diferencia de las edades, nos han dejado los mayores filósofos. Pero ¿dónde va mi verdad [p. 317] a buscar autoridad que la defienda? Ya no es ocasión de condescender con lo estragado del mundo, porque has de saber que el afianzar mis reflexiones con sentencias de filósofos gentiles y poetas latinos, más ha sido brindarte el gusto que buscar razón a mis ciertas verdades, porque de lo contrario me mandarías a predicar a un zarzal, y te quedarías riendo de mi buena intención. Disfracé el asunto, te le hice agradable, y tú le has recibido contento: pues es tal, nuestra malicia que hasta las verdades más importantes es preciso vestirlas de apariencias risueñas, para que se introduzcan en el pecho de los hombres con el traje fingido de diversión y pasatiempo. He pensado, es verdad; pero he procurado que mis pensamientos obedezcan, y sigan [p. 318] las máximas del mismo Espíritu Santo, que al 15 de los proverbios dice que: Dissipantur cogitationes ubi non est consilium, y al 19 dice asimismo: Cogitationes consiliis roborantur, formar ideas y levantar pensamientos sin que sean unidos con la razón y el consejo para que sirvan en utilidad propia y ajena, es trabajar en vano; pues todo se desvanecerá como el humo, porque los pensamientos cobran fuerza y vigor con el consejo y doctrina. ¿Vean aquí los que me han censurado no tratar de historias, ciencias y otras curiosidades, si he tenido buena elección o no? No discurras que me valgo de esta disculpa paras disimular mi insuficiencia, te confieso con ingenuidad que es grande, porque desde mis primeros años en los que por gusto de [p. 319] mis padres dejé la aguja y la rueca, y me dediqué a las letras, después he vivido muy lejos de su práctica: las obligaciones de una vida doméstica han ocupado todo mi tiempo; a excepción de algunos ratos que he hurtado a mis tareas para dar pasto a mi estudioso genio; tal cual con lo que he podido acaudalar te he servido: si todos los que se miran capaces de más, lo ejecutasen, tú te verías dichoso e instruido, y no ocultara el olvido tantos hombres sabios como nos usurpa la muerte, sin dejarnos la menor señal de su ciencia. Si me censuras el atrevimiento con tan poca erudición, no me queda que hacer otra cosa que darte la razón, y las gracias por haberme sufrido y disimulado, que todo será motivo para más alabar al supremo ser que ha [p. 320] dispuesto que mi rudeza sea instrumento para tu instrucción: así como una vez hizo del canto de un ave la crítica más viva para de un ingrato sacar un arrepentido.
Todos los que han escrito de máximas político-morales, han finalizado sus discursos con el más útil y necesario para nuestra enseñanza, que es dar un recuerdo de nuestro último fin: y así no será extraño que yo pretenda cerrar con esta llave de oro mis pensamientos: porque realmente ninguno en el mundo se podrá decir piensa con acierto, sino gasta muchos ratos en traer a la memoria la infalible sentencia a que todos por el primer delito nacemos sujetos: por lo que quiero decirte que aunque es imposible que el que nace deje de morir, no obstante [p. 321] está en nuestro albedrío el no morir: no te parezca paradoja mi dicho, porque es una proposición de eterna verdad. San Crisóstomo es quien me da motivo a este discurso, cuando hablando sobre San Mateo dice: Piis mors ultra non est mors, sed nomen tantum habet mortis. Los justos, aquellos que han cumplido exactamente con los preceptos de la religión, aunque se dice que mueren, es con impropiedad, pues solo es el nombre lo que tienen de muerte. Aquí tienes, lector mío, la consideración más importante, y la dulce esperanza que te debe alentar para amar la virtud: todos estamos condenados a morir, pero los buenos, los que saben huir de los engaños que bajo de diferentes pretextos tiene autorizados el mundo para guiarnos por el camino de la [p. 322] maldad, estos no morirán, antes la misma muerte les servirá de consuelo y descanso: Iustus autem si norte preocupatus fuerit in refrigerio erit, que nos dice el mismo Dios como sabiduría eterna. De que puedes inferir que si vives bien, no morirás, renacerás para una eternidad, y así pende de nuestro propio albedrío el vernos libres de este fin a todos tan temible. Bien sé que nada digo de nuevo: pero ¿quién será el que se lisonjee de tan cosa? Consiga yo hacerte presente por último esta importante consideración, y llevaré con paciencia tu crítica.
A cuantos registra el cuidado anhelar en esas calles, y por todo el mundo, siguiendo el fingido bien de las riquezas, que si se les pregunta por qué trabajan tanto, responderán sin duda que buscan [p. 323] con qué mantener la vida y pasar una vejez descansada; no es mala respuesta si no tuviera tanto de perjudicial: desvelarse con extraordinario empeño por adquirir para pasar una vida corta que ha de tener fin, y tal vez en el mismo instante de tan desordenadas fatigas; y olvidarse con negligencia y desidia de atesorar buenas obras para conseguir una vida eterna, ¿qué otra cosa es que no vivir, y estar muertos para la razón, el juicio y la gracia? Buscar lo suficiente para la vejez es prudente prevención; pero hacer esto el objeto principal de la vida, sin que trascienda el ánimo a desvelarse por el ejercicio de las virtudes para no morir con los malos y poder vivir con los escogidos, es necedad, es ignorancia, y es no saber lo que se vive [p. 324] ni para qué. La vida infructuosa de méritos en los delincuentes preocupados , y que no piensan en el último fin, no es vida, es peor que la misma muerte, como dice San Gregorio hablando de los cantares. Nam vita sine fructu pravior est quam mors. ¡Oh, qué útil es pensar en la muerte para alejarnos de la misma muerte! Por esta razón, después de haber discurrido sobre tantos abusos como nos apartan de prepararnos para este paso inevitable, te traigo a la memoria tan importante recuerdo, porque nada te servirá en aquella hora que hayas sido emperador temido y venerado en el mundo, que hayas poseído todas sus riquezas, la mayor hermosura, el más alto entendimiento, si no has sabido atesorar [p. 325] buenas obras, que es la moneda corriente de la otra vida. Todos miran esta reflexión con temor, y procuran ignorantes apartar de su pensamiento tan útil representación por lo que les contrista y aflige; y en la realidad todo esto no es más que remordimientos de su mala conciencia, que como se halla alcanzada en las cuentas, teme llegue la hora de dar el descargo: así como un administrador infiel que no ha descargado con legalidad y desinterés los caudales de su inspección, que siempre teme el fatal instante de manifestar sus libros, porque sabe ha de quedar alcanzado y por consiguiente despedido de la gracia de su Señor, y condenado a pagar en una cárcel sus necios descuidos. [p. 326] Esta ignorancia con que todos procuran apartar de su memoria esta verdad infalible, es la causa de que no miren a los bienes de este mundo con los ojos de una razón desengañada: bien a su pesar saben que ha de llegar esta hora; pero sus cuidados, sus ansias por tener, su inclinación a todo lo que es lujo y pasatiempo, desmiente enteramente esta creencia, y los hace vivir como si fueran eternos. Y si no les parece que es así, díganme mis lectores: si vieran a un hombre que por orden de la corte salía de Cádiz para ir a dar cuenta de su proceder, no menos que a la misma majestad, de cuyas resultas pendía el todo de su fortuna, y que este mismo inconsiderado y necio no cuidaba de otra cosa que de prevenir grandes [p. 327] equipajes, adornar las posadas con exceso, divertirse en ellas con gran sosiego, procurar con escrupuloso esmero llevar un camino delicioso y abundante; y que no se acordaba, ni le pasaba por la memoria preparase para el objeto principal de su viaje; antes por el contrario, cuanto más se acercaba el término, tanto más se divertía en los lugares de su tránsito, procurando no dar fin a la jornada como bien hallado entre sus incomodidades, ¿qué dirían? Sin duda se burlarían de su necedad, y le harían objeto de la risa. Pues esto mismo al pie de la letra es lo que sucede a todos nosotros: no miramos ni consideramos que estamos siempre de camino para ir a la corte de las cortes a dar razón de nuestras obras, y así nos [p. 328] entregamos a una vida que es funesta, preludio de la más triste muerte. Si queremos que esta no nos sea sensible, antes sirva de dichoso tránsito para nuestra mayor felicidad, corramos nuestra jornada como viadores diligentes, no tomemos de asientos las encubiertas incomodidades de las posadas de esta vida, en que son rémoras a nuestros pasos el tropel desordenado de las pasiones y las villanas osadías de los apetitos, y llegaremos al preciso fin libres de las fatigas de los temores que dejan en el corazón el abandono de lo honesto y el aprecio de lo defectuoso: de esta manera no se nos hará horrible y espantosa la muerte; pues a las tranquilidades de un ánimo inocente, ni los peligros las inquietan ni las enfermedades las [p. 329] alteran, porque siempre apadrinadas de la virtud, a nada tienen miedo, y solo las espanta y atemoriza el poder, y contaminar la pureza de las costumbres.
A este verdadero bien (vuelvo a repetir) se han dirigido como a un hermoso blanco mis discursos: y si alguna vez te parece que solo he pensado en deleitarte, te engañas, porque solo ha sido dorarte la píldora, porque no te negases a la medicina. Bien sé que de mi parte no ha habido facultades para tanta empresa; pues soy yo la que más necesito de remedio: pero así como algunos enseñando se hacen más doctos, no menos otros dando consejos procuran corregir sus descuidos: ignoro si lo habré conseguido, pero te afirmo que en más de cuatro partes he dirigido [p. 330] la pluma contra mis más dominantes inclinaciones, haciendo una rigurosa crítica de mis continuas ignorancias; porque tendiendo la red de mis pensamientos para pescar abusos y descuidos, no sería razón que me quedase libre, siendo mío todo el trabajo, y procurase la salud ajena con abandono de la mía propia.
Llegó el tiempo, por fin, de que se concluyesen mis tareas después de un año que te molesto, y por último discurso te hago presente el pensamiento más útil de cuantos me han ocurrido: no me detendré mucho en ponderarle, porque sería hacerte muy poco favor el gastar el tiempo en multiplicar reflexiones, cuando todos saben que el justo, aquel que ha cumplido con todas las leyes de la más rigurosa observancia, [p. 331] y que ha hecho santo empeño por apartarse de lo delincuente, este no muere, antes finalizando dichoso el tiempo de su destierro, pasa a mejor vida, donde en crecidos premios recibe la paga de sus buenas obras; y por esta causa, ni teme la muerte, ni le coge descuidado, antes cuando toca a sus puertas se ofrece gustoso a un trance que no puede evitar, y que le deja racionalmente como a rescate de su arriesgada esclavitud. Pero aquellos que olvidados de las más santas obligaciones de la religión, pasan su vida en delicias, pompas y vanidades, estos temen la muerte, hacen esfuerzos por olvidarla, y siempre fingiendo esperanzas de más tiempo a sus recelos, alargan sus seguridades ignorantes, [p. 332] encontrando cuando más descuidados se hallan con el último fin de sus locuras, sirviendo de aviso a su desgracia el fatal y temible golpe de la muerte, que la hace eterna infelizmente la ninguna prevención para su llegada.
El temor a la muerte, aunque se halla en los que viven bien, y asimismo en los que se entregan a los delitos, se mira en uno y otros con esta diferencia: en los primeros es un temor racional, santo y juicioso; porque reflexionando la estrechez de la cuenta, y volviendo la vista a sus pasados descuidos, se contristan humildemente, abjuran de sus defectos y se disponen con este justo temor para huir de todo lo que puede ser impedimento a la seguridad de su conciencia; y de esta manera sacan una utilidad [p. 333] cuyos beneficios duran con la misma eternidad. En los segundos, el temor que los aflige es un miedo servil nacido del pesar que les causa el dejar lo que tanto aprecian en la vida; se les presenta la hacienda abandonada, los amigos perdidos, las diversiones concluidas, y esta pena les llena de tantos sustos y complicaciones de especies en la idea, que aunque saben ha de suceder infaliblemente lo que temen, procuran engañarse a sí mismos con alejar de la memoria esta tan importante consideración, porque les avinagra sus desordenados deleites. De todo lo dicho se infiere que los primeros mueren, es verdad; pero renacen a otra mejor vida, donde nunca se les acabarán los celestes gozos. ¿Y los segundos? Estos infelices, [p. 334] ni han vivido mientras fueron defectuosos, y por complemento de su desgracia, mueren para el mundo, y mueren eternamente para el descanso eterno: lo que está en nuestro albedrío apartar de nosotros si acertamos a vivir, como que habemos de morir: que con sola esta reflexión, ni tendrán en nuestros ánimos algún influjo los abusos y preocupaciones que tanto nos dañan, ni tendremos por inútiles cuantos avisos se nos ofrezcan para apartarnos de su práctica, que es la ciencia más útil, la erudición más digna de aprecio, y el principal estudio a que estamos todos obligados a entregarnos, porque así lo piden y mandan la patria, la sociedad, el verdadero honor, el propio interés y la religión, bajo cuyos saludables [p. 335] consejos y preceptos hemos tenido la sin igual fortuna de nacer, cuya observancia nos ejecuta hasta los últimos instantes de la vida, para asegurar el fin para que fuimos criados.
[[Grabado de un estante, sobre el que reposan varios objetos: un libro, unas plumas y una vela] ]