Título
La pensadora gaditana. Tomo I.
Autor
Cienfuegos, Beatriz
Datos de la edición
imprenta de Manuel Ximénez Carreño
Madrid
1786
4 h.+310 p.+2 h.
Fuentes
Información técnica



PORTADA DEL EJEMPLAR

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[h. 2r]

La pensadora gaditana.

Por Beatriz Cienfuegos.

Hoc opus, hoc studium parvi properemus, et ampli, si patriae volumus, si nobis vivere cari.Horat., Lib. I, Epist. 3.

Tomo I.

[[Escudo de la Imprenta de D. Manuel Jiménez Carreño] ]

Con licencia del real y supremo Consejo de Castilla.

En Cádiz: en la imprenta de D. Manuel Jiménez Carreño. Calle Ancha. Año de MDCCLXXXVI [1786].
[p. 1]

Prólogo y pensamiento I.

Alguna vez había de llegar la ocasión en que se viesen catones sin barbas y licurgos con basquiñas: no ha de estar siempre ceñido el don de consejo a las pelucas, ni han de hacer sudar las prensas los sombreros; también los mantos tienen su alma, su entendimiento y su razón: ¿pues qué los hombres han de [p. 2] mandar, han de reñir, han de gobernar y corregir, y a las pobrecitas mujeres, engañadas con el falso oropel de hermosas y damas, solo se les ha de permitir tiren gajes de rendimientos fingidos y pasen plaza de señoras de teatro, que en acabándose la comedia de la pretensión, todo se oculta y solo se descubre el engaño y la falsedad? No, señores míos; hoy quiero, deponiendo el encogimiento propio de mi sexo, dar leyes, corregir abusos, reprehender ridiculeces, y pensar como Vms. Piensan; pues aunque atropelle nuestra antigua condición, que es siempre ser hipócritas de pensamientos, los he de echar a volar, para que vea el mundo a una mujer que piensa con reflexión, corrige con prudencia, amonesta [p. 3] con madurez y critica con chiste. Según la más común opinión masculina, parecerán paradojas mis intentos, viendo que una mano, a quien naturaleza destinó para gobernar la aguja, manejar la rueca y empuñar la escoba, se atreve, sin permiso de las universidades, de los colegios y las academias, a tomar la pluma, ojear los libros y citar autores; y en tiempo en que solo pensamos en las modas, en los peinados, en las batas y en los cortejos: cierto que a la primera vista del discurso lo parece; pero no será así, si se reflexiona con seriedad la empresa. Nos conceden los hombres a las mujeres (y en opinión de muchos como de gracia) las mismas facultades en el alma para igualarlos [p. 4] y aun excederlos en el valor, en el entendimiento y en la prudencia; y no obstante esta concesión, siempre nos tratan de ignorantes; nunca escuchan con gusto nuestros discursos; pocas veces nos comunican cosas serias; las más alejan de nosotras toda conversación erudita, y solo nos hablan en aquellos intereses que, por ser indispensables, se ven en la precisión de tratarlos con nosotras: y con todas estas experiencias, muy llenas de vanidad, nos gloriamos de nuestra suerte, celebramos sus cortejos (el pensador sea sordo) y aplaudimos sus rendimientos, cuando todo esto son hazañerías con que procuran nuestro engaño, solicitando sus ideas a costa de nuestros pesares, y muchas veces de nuestro honor.
[p. 5] Pues no, señoras mías, ya tienen Vms. quien las vengue; ya sale a campaña una mujer que las desempeñe; y en fin con pluma y basquiña, con libros y bata se presenta una Pensadora, que tan contenta se halla en el tocador, como en el escritorio; igualmente se pone una cinta que ojea un libro; y lo que es más, tan fácilmente como murmurar de una de sus amigas, cita uno, dos o tres autores latinos, y aun griegos. Ya está de su parte quien piense, y quien manifieste sus pensamientos; pero les debo advertir (y esto para entre nosotras) que una vez que me he revestido de Pensadora, he de ser imparcial; ya que he tomado el tono magistral de criticar, no me aguarden ciegamente apasionada: pueden creer las de mi sexo que con el [p. 6] mismo empeño he de manejar la pluma contra sus desórdenes, como contra los disparates de nuestros mayores enemigos: sin distinción salgo a la plaza del mundo a combatir preocupaciones y descuidos; donde quiera que los halle, allí les haré la guerra. Pero lograrán las damas que, corregidas sus faltas, advertidos sus yerros y notadas sus ridiculeces por otra dama, les cause menos sonrojo, oyendo con más gusto y procurando la enmienda sin correrse: juntamente lo tendrán en ver que ya que hay curiosidad, que se introduce en nuestros estrados, registra nuestros gabinetes y recorre nuestros retretes con la maldita intención de sacar nuestras faltas al público, y se vale de la confianza para hacernos despreciables, hay entre nosotras [p. 7] una que, venciendo la fuerza con la fuerza, les atisbará y notará en todas partes; se ocultará en sus escritorios, seguirá en los paseos, escuchará en las tertulias y no olvidará diligencia que conduzca a enterarse de todos sus designios para criticar sus errores.
Este es mi intento, y lo ha sido siempre; pero, encogida en mi natural empacho, pensaba, callaba y sufría (aunque con impaciencia) la licencia que se han tomado los señores hombres de ser los únicos que griten, los solos que manden y los exceptuados de obedecer: hasta que, exaltado todo el humor colérico de mi natural (que no es poco) con las desatenciones, groserías y atrevimientos del señor Pensador de Madrid, en orden a lo que trata [p. 8] de nuestro sexo, he resuelto tomar la pluma, no para contradecirle ni tacharle sus asuntos, que este es ya camino muy andado, sino enseñarle (siguiendo su idea, guardando sus máximas y aspirando a un mismo objeto) a criticar defectos, sin ofender privilegios; pues, aunque en su prólogo nos trató tan fino como falso, muy presto en los siguientes pensamientos se conoció el odio que nos tiene; el que jamás será hijo de una virtud sólida; y sí, tal vez, de algún escarmiento causado por su culpa.
De lo dicho claramente se infiere que mi intento no es contradecir al Pensador de Madrid, antes bien alabo su idea, celebro su intención y envidio sus ocurrencias: solo pretendo desquitarme, hallando iguales defectos [p. 9] que corregir en los hombres, sin que por eso olvide los de las mujeres, pues a todos se dirige mi crítica: y no hay que extrañar mi atrevimiento al considerar la debilidad de mis fuerzas, que como es tan dilatado el campo que se registra para recoger asuntos, se hallarán proporcionados a todas fuerzas, y yo abarcaré lo que pueda apretar, y no más.
Mas hace un año que estoy hablando, sin que haya dado señas de quien tan suelta tiene la lengua, y de quien amontona tantas bachillerías: no se impacienten Vms., tengan paciencia, que no se ganó Zamora en una hora. Yo, señores, gozo la suerte de ser hija de Cádiz, bastante he dicho para poder hablar sin vergüenza: mis padres, desde [p. 10] me inclinaron a monja, pero yo siempre dilaté la ejecución: ellos porfiaron, y para conseguir el fin de sus intentos me enseñaron el manejo de los libros, y formaron en mí el buen gusto de las letras; para lo que, dándome maestros, con alguna aplicación mía, me impusieron en la latinidad: se hacer un silogismo en Bárbara, y no ignoro que la materia primera no puede existir sin la forma; con estas bachillerías y seis años de reclusión en un convento, he salido tan teóloga que todos en mi casa me veneran por una Sibila: yo bendigo la mesa en latín, rezo el Angelus Domini casi en griego, y también les ofrezco a las ánimas responsos con su poquito de Requiem aeternam; y al oír esto mi padre, que es un honrado [p. 11] montañés, me ha dicho muchas veces que si Su Santidad tuviera noticia de mi insuficiencia, quizá por animar a las demás a estudiar, me dispensaría para poder ser guardián, prior o vicario de alguna comunidad de religiosos, donde lucieran mis talentos ya en el púlpito, o en el confesonario. Yo, con estas alabanzas, aunque conozco su ironía, no obstante estoy en la inteligencia de que soy discreta, y que con mis tales cuales luces, y un poco de cuidado, podré desempeñar mi obligación.
Mi edad es, entre merced y señoría, lo que basta para dar consejos acertados, sin que sea preciso escucharlos con disgusto: mi inclinación es la libertad de una vida sin la sujeción penosa del matrimonio, ni la esclavitud [p. 12] vitalicia de un encierro. Escucho naufragios sin arriesgar mi hacienda; miro pérdidas con resguardo de mis intereses; diviso escarmientos sin dolor propio; oigo a los hombres sin atenderlos; tal vez les respondo sin creerlos; y alguna vez he pensado en engañarlos, por desquitar en algo los muchos fraudes con que nos burlan; pero el temor de no exponerme a ser objeto de sus malditas lenguas, me hace contener en los límites del decoro amable, por no arriesgar en un punto la opinión, que ésta una vez perdida, tarde se restaura.
Estoy persuadida que, con haber dicho mi patria, quedarán todos satisfechos de que son estos discursos hijos de mis pensamientos y de mi propia cosecha: pues además del privilegio de andaluza, [p. 13] que me pone en la posesión de ser natural de una provincia donde las mujeres nacen sabiendo, la circunstancia de hija de Cádiz es otra causa para poder esperar de mí semejantes producciones; pues es notorio a todo el mundo que pródiga se muestra la naturaleza con nosotras, franqueándonos dotes en el alma, y cuerpo tan distinguidos que no hay estrado en Cádiz donde no se encuentren a cada paso las Cristinas, las Isabelas, las Amalias, que con las luces de sus discursos sean, al mismo tiempo que embeleso de los ojos, admiración del alma: la soledad con que esto escribo, y lo lejos que estoy de que me conozcan, me hace atropellar por las leyes de la modestia para proferir alabanzas de que tanta parte me toca. Pero [p. 14] es mi genio tan poco hazañero y es mi natural tan ingenuo, que, con la misma facilidad que cuento un defecto mío sin correrme, refiero y alabo sin vanidad lo que a mi parecer poseo digno de aprecio; y valga la verdad: ¿si yo (a Dios gracias) tengo entendimiento, por qué le he de arrojar a la calle, y haciendo la gazmoña he de fingir ignorancia? No quiero, no me gustan estas hipocresías; acostúmbrese el mundo a la inocencia, sencillez y buena intención, sin extrañar la alabanza propia, cuando se funde sobre causa suficiente: esto no se entiende de aquella alabanza hija de la vanidad y soberbia; esta siempre es odiosa: hablo de aquella que es hija de un ánimo sencillo y amante de la verdad: los que no tienen tercero que les abone se ven en la [p. 15] precisión de hacer por sí mismos una ostentación del caudal de su mérito para la consecución del fin a que aspiran: así yo quiero publicar de mí aquellas prendas que ,me distinguen y me exceptúan del común de las mujeres; pues no teniendo más padrinos ni terceros que mis pensamientos, ellos serán los que basten para el desempeño de mi intención. Estos mismos se publicarán periódicamente todas las semanas: hasta ahora no puedo determinar el día, porque ignoro lo que podrán detener las justas diligencias para pasar estos borrones a la prensa: luego que todo esté arreglado, se señalará día cierto.
Muchas veces me veré en la precisión, tratando de algún asunto en particular, de tocar por incidencia éste o aquél ya disertados [p. 16] por el Pensador de Madrid; pero éstos solo se tocarán como accesorios, no como principales; sin que por esto me arguya de que le copio; pues si alguna vez convengo en ésta o aquélla expresión, en uno o en otro asunto, más serán puestos en el papel guiados del entusiasmo que de la elección.
Vmd., señor público, reciba y trague un prólogo liso y llano por su dinero, y tenga paciencia hasta otra semana; porque estoy informada que los Pensadores logran privilegios para prologizar [sic] y dejarse la obra en el tintero, y esto mismo naturalmente se entenderá también con las Pensadoras; por cuya causa publico mi prólogo y me guardo lo principal para otra semana. No te impacientes, que te verás comido [p. 17] de pensamientos, como los procures de buena fe; pero si criticas, muerdes y despedazas como acostumbras, entonces tomando el tono más alto, andaremos a tres menos cuartillo y veremos quién se cansa; para lo que te advierto (ve aquí convengo en esto con el Pensador) que yo, por mi genio estudioso y mi continuo retiro, conozco a pocas personas en esta ciudad: y así, si mis pinturas o los sucesos que refiera en mis Pensamientos, hubiese quien maliciosamente los adaptase a sujeto determinado, desde ahora protesto y afirmo que semejantes asuntos no tienen ni tendrán más existencia que en mi fantasía; pues mi intención no es descubrir defectos particulares; sí criticar y hacer ridículas las raras preocupaciones, los muchos vicios que, [p. 18] con capa de estilo, y brillantez remarcable, se han introducido entre nosotros, para tener parte en tan laudable reforma.
Si conceptúas (como se hace de otro) de que para decir verdades y corregir abusos me valgo de extranjeras noticias, puedes cotejar mis papeles con aquellas, y saldrás de la duda. Basta de Prólogo, y espera la semana que viene el principio de mis trabajos, los que me serán agradables, si logro en su acogida y en la observancia de sus máximas el premio de mis ideas.
La Pensadora.